Nueva York 2008

Miércoles 1 de Octubre
A las 5 am todos en pie. Aun estamos en San Francisco y tenemos mucho día por delante. No había forma de meter las maletas en el coche después de todas las compras que habíamos ido haciendo a lo largo del viaje. Así que finalmente metimos algunas entre los asientos o encima nuestro. Llegar al aeropuerto fue muy fácil, nada de tráfico a esas horas y bien indicado. Llenamos el depósito del coche y vamos a donde tenemos que entregarlo siguiendo las indicaciones de Rental Car Return. Cuando bajamos las maletas, nos damos cuenta que de no lo hemos lavado en todo el viaje, y aún está cubierto del polvo rojo de Monument Valley y de Death Valley. Si un CSI le pasara un algodoncito sacaría toda nuestra ruta en menos que canta un gallo. El hombre de Álamo nos dice que no hay problema, que ya lo lavarán ellos. Casi nos tienen que arrancar la llave de la mano, no nos faltaba más que llorar. Llegamos a la Terminal en unos minutos y no tardamos nada en facturar las maletas. La Terminal era más pequeña de lo que imaginábamos, solo había una cafetería donde desayunamos mientras esperábamos nuestro vuelo. El avión de Delta resultó ser como el primero, en el que vinimos de Madrid, asientos grandes, pantallas individuales… así que las 6 horas pasaron rápido. Un par de pelis, música… lo malo fue que no nos dieron la comida, había que pagarla y nos pareció bastante caro, así que nos conformamos con galletas saladas y cacahuetes, que eso sí que estaba incluido, y ya comeríamos en Nueva York. Llegamos al JFK sin problemas a la hora prevista, las 6pm hora local. Las maletas tardaron un montón y nos entró el pánico pero finalmente llegaron sin problemas. Un taxista particular nos interceptó en la puerta y acordando un precio de sesenta dolares nos llevó hasta el hotel tras una hora de viaje. Y aquí empieza lo bueno: nuestro hotel era el 309 Metropolitan Inn, en la 14 St, en el barrio de Chelsey. Lo contratamos con Expedia por 120 € la noche, dejando pagada la primera noche y el resto al llegar al hotel. El taxista nos lleva a la dirección que le hemos dado y pensamos que la localización del hotel es genial, en una zona con mucha vida y frente a la boca del metro. Encontramos el número que viene en la dirección del hotel, pero no hay ningún cartel, solo un portal normal, así que llamamos al telefonillo y no nos abre nadie. ¿Nos habremos confundido? Revisamos los papeles de la reserva, no, la dirección es esa. Llamamos repetidas veces y nada, así que indecisos decidimos esperar. A los cinco minutos oímos una voz que habla por el telefonillo. Preguntamos si habla español y responde que sí, que la hemos pillado duchándose y por eso ha tardado en abrir, que baja en cinco minutos. Volvemos a esperar. Por fin baja una chica puertorriqueña y nos abre, nos da la bienvenida muy simpática y nos lleva escaleras arriba con las maletas a cuestas hasta el segundo piso. La alegría se nos quedó en el recibidor: la escalera estaba muy sucia, olía a suciedad rancia y a humedad. Las paredes, estaban llenas de manchas y desconchadas y las puertas de las habitaciones con la pintura levantada. La chica nos abre la puerta de la primera habitación, la mía, es un cuarto pequeño, con una cama, un sillón y una barra donde colgar la ropa. Tras una puerta blanca una especie de mini cocina sucia y con los muebles corroídos y llenos de óxido. Por la encimera de la cocina vemos una docena de bichitos correteando, que resultaron ser cucarachas pequeñas. Nos fijamos bien y vemos un par de cucarachas grandes subiendo por la pared. Los cuatro boquiabiertos. Señalo con el dedo a la pared y le digo a la mujer que hay cucarachas y me mira de hito en hito, respondiendo: pues claro, esto es New York, aquí hay cucarachas y ratones por todas partes. ¿Cómo? Mientras ella abre la puerta de la otra habitación yo busco el baño. En mi habitación no hay baño, tengo que usar uno del pasillo. Nos asomamos y nos faltó un pelo para vomitar. Todos los sanitarios estaban cubiertos de moho y suciedad, la cortina de la ducha rota y medio caída sobre el suelo y qué decir del olor… aún se me ponen los pelos de punta cuando lo recuerdo. Mientras Marta y Leo han revisado su habitación y está bastante mejor, al menos está limpia y no se ven bichos correteando. También tienen baño privado y aunque está muy viejo, parece limpio. Hablamos con la mujer y le decimos que si nos consigue otra habitación como esta, nos quedamos, que si no, nos marchamos los cuatro. Nos responde que tiene que hablar con su marido, así que sale de la habitación y habla por teléfono. Regresa y nos dice que tiene que hablar con el dueño, que nos demos una vuelta y regresemos en una hora. Salimos a la calle descompuestos, solo nos faltaba llorar. Decidimos dedicar esa hora a echar un vistazo a los hoteles de los alrededores, entramos en uno contiguo pero estaba completo. En la puerta de un restaurante le preguntamos a un chico que resultó hablar español, y amablemente usó su móvil para llamar a todos los hoteles cercanos que conocía. Fin de semana y Nueva York hasta la bandera… no parecía fácil. Al final nos consiguió un par de direcciones y caminamos por las calle colindantes buscando los hoteles, pero uno solo tenía para la primera noche, otro era muy caro, otro solo tenía dos plazas… en el hotel Chelsea Savoy (http://www.chelseasavoynyc.com/), un hotel de cuatro estrellas muy lujoso nos ofrecieron una habitación cuádruple chulísima por 170 € con desayuno incluido. Pero a partir del fin de semana los precios se triplicaban. Regresamos a nuestro hotel a ver qué nos decía la puertorriqueña, y nos ofrece otra habitación igual que la de Marta y Leo en la planta cuarta. La vemos y no está tan mal, todo está viejo y corroído pero parece más limpia. La cama está sin hacer y hay un montón de sabanas y mantas sobre el colchón, le pregunto si están limpias y responde ofendida que claro que sí, objeto que cómo la cama está sin hacer… y ella ni corta ni perezosa me responde: bonita, esto no es el Hilton. Le pedimos que nos deje unos minutos para hablarlo y la mujer se enfada y nos contesta de mala manera, pero al final sale de la habitación. Nos sentamos en la cama a hablar y de mala gana decidimos quedarnos, así que los chicos bajan a por las maletas, que se han quedado toda la hora en la otra habitación. En un minuto suben y nos dicen que bajemos, que nos vamos de allí. Marta y yo, atacadas de los nervios preguntamos que qué han visto, y no nos dicen nada, bajamos a la otra habitación a recoger las maletas y nos las encontramos cubiertas de cucarachas, corriendo por encima. Casi nos da algo. Atropellamos a la mujer al salir corriendo de la habitación con nuestras cosas y ella, muy enfadada nos dice que por supuesto no nos van a devolver los 240 € que hemos dado de señal. Le respondemos que se los regalamos encantados y salimos escopetados de allí. Nos vemos en la calle, con nuestras maletas, a las 10 de la noche, en pleno centro de Nueva York, después de un día agotador. En consenso, decidimos pasar la noche en el Chelsey Savoy, en la habitación cuádruple, y que el día siguiente ya veríamos qué hacíamos. En el Savoy nos trataron de maravilla, nos subieron las maletas, nos dieron una habitación inmensa con dos camas dobles y vistas de la calle, sillones y un gran cuarto de baño, por supuesto limpísimo. Aun con el disgusto en el cuerpo, muertos de hambre (aun no habíamos comido nada en todo el día excepto los cacahuetes en el avión), salimos a la calle y nos encontramos con un Dallas BBQ (http://www.dallasbbq.com/), cadena que Joaquín y yo conocíamos de nuestra vez anterior. Ahogamos las penas con unos copazos inmensos de Daiquiri, cervezas y grandes raciones de aros de cebolla, costillas, mazorcas de maíz… ya con otro humor caminamos hasta Times Square, deseosos de que Marta y Leo lo vieran por primera vez. Nos sentimos encantados de estar allí de nuevo, felices, y con los nervios anteriores olvidados. Paseamos por la plaza, vimos algunas tiendas y regresamos al hotel a dormir, que estábamos rendidos.
Jueves 2 de Octubre
Nos levantamos pronto, desayunamos un café y un donut que teníamos incluido en el hotel y fuimos a una papelería cercana que tenía conexión a Internet, desde donde en diez minutos conseguimos un hotel con Expedia. Un taxista nos dejó en la puerta del hotel Park 79 (www.park79.com/), en la 79 st, justo detrás del museo de historia natural. El hotel estaba genial, nos costó 396 € las tres noches, y la habitación aunque pequeña, estaba limpísima, con una cama grande y cómoda, baño completo, televisión… nos pareció un palacio después de lo del día anterior. Es increíble que ambas habitaciones costaran prácticamente lo mismo. Nos instalamos y salimos ansiosos por recorrer la ciudad. Primera parada: Chinatown. Joaquín estaba ansioso por que le encanta el barrio, a Marta y a Leo les impresionó muchísimo, aunque ya habían visto el chinatown de San Francisco, en realidad tienen poco que ver. Vimos las tiendas de alimentación, compramos camisetas, comimos una cesta de frambuesas por 2 $, regateamos en todos los puestos de regalos, compramos rolex en un portal… nos apetecía muchísimo ir a comer al Big Wing Wong, un restaurante chino que ya conocíamos de la última vez, así que lo buscamos y dimos con el enseguida. Marta y Leo entraron un pelín recelosos por que no se fían mucho de los chinos, pero nos pusimos las botas comiendo fideos y pato con arroz por cuatro duros en un sitio muy autentico, donde solo comen chinos, y donde no entra ni un turista. Después del atracón fuimos a buscar bolsos de imitación y compramos para nosotras y para regalar a nuestra familia. Los chicos compraron más relojes. Menudo vicio. Estábamos tan entretenidos que no nos dimos cuenta de que se nos echaba el día encima. Regresamos al hotel, descansamos una horita y salimos Joaquín y yo por un lado y Marta y Leo por otro. Nosotros fuimos a la quinta avenida. Como ya conocemos todo lo más importante de la ciudad, decidimos que esta visita va a ser más tranquila, en plan paseos y disfrutar del ambiente. Pero yo me empeño en ir a ver de nuevo FAO, por que me encantan las tiendas de juguetes y esta es increíble. Así que entramos y nos tiramos un rato viendo curiosidades, como los animales de peluche a tamaño real (vimos un búfalo que parecía auténtico), los disfraces, la enfermería de muñecos bebés, la exposición de barbies… Seguimos paseando por la quinta avenida, entramos en algunas tiendas, nos encanta el ambiente nocturno, con toda la calle iluminada. Vemos mucho alboroto en un rincón de la calle y nos acercamos, están rodando una película. No se ve nada por que hay muchísima seguridad y no dejan acercarse a menos de cincuenta metros, pero la gente comenta que han visto a Tom Cruise. Nosotros no vemos nada, así que después de un rato seguimos con nuestro paseo. Vamos en metro hasta Times Square y damos diez vueltas a la plaza, nos encanta, yo para no perder la costumbre que adquirí en el anterior viaje, entro a Sephora y me tiro diez minutos maquillándome con todo lo que pillo. Al final parece que voy a una fiesta de fin de año. Estamos agotados y muertos de hambre, pero ya estamos cansados del barullo de Times Square así que vamos en metro hasta cerca del hotel y entramos a un restaurante italiano precioso, el Pappardella Ristorante (http://www.pappardella.com/) 316 Columbus Ave, con velas y rosas rojas en las mesas. Cenamos pizza, lasaña y ensalada, todo riquísimo, con una botella de chianti, por 80 €. A dormir.
Viernes 3 de Octubre
Nos tomamos al pie de la letra lo de disfrutar tranquilamente de la ciudad, así que nos levantamos sin prisas, compramos un café y unos donuts en una tienda y nos sentamos en el parque que hay detrás del Museo de Historia Natural a desayunar. Pronto nos vemos rodeados de ardillas y nos echamos unas risas dándoles miguitas de nuestro desayuno. Marta y Leo van a otro ritmo por que es su primera vez en la ciudad, así que vamos cada uno por nuestro lado. Vamos en metro hasta Brooklyn y paseamos por la zona, nos sentamos un rato a ver jugar al fútbol americano a los niños de un colegio. Cruzamos el puente de Brooklyn, parando cada momento a disfrutar de las vistas y hacer fotos. Al salir del puente vemos el City Hall y paseamos por las calles cercanas. En Nassau St esquina Ann st encontramos una tienda de ropa de hombre con muchas ofertas y entramos a curiosear. Joaquín se compró dos trajes de vestir por 40 $ cada uno, una camisa por 12, pantalones vaqueros por 15… total, que cargamos. Por no ir llenos de bolsas el resto del día, lo dejamos en la tienda y continuamos nuestro paseo por la zona. Fuimos hasta el Pier 17 y nos relajamos un rato en las tumbonas del último piso, con el puente de Brooklyn en frente. Damos una vuelta por dentro del centro comercial y me compro un vestido. La ropa es tan barata con el cambio al euro que decidimos cargar con todo lo que veamos. Recorremos las calles colindantes al Pier 17, que son muy bonitas en estilo holandés. Mientras nos dirigimos a Wall St vemos un Plaza Deli, una cadena de delis que conocemos y donde comemos de maravilla ensaladas, arroz y pollo con bebida y postre por 12 € los dos. Vemos el edificio de la bolsa y una extraña manifestación de enmascarados en el edificio de la reserva federal. Por supuesto nos hacemos unas fotos con los policías que rodean la manifestación. Seguimos paseando, entramos a un par de tiendas a seguir comprando ropa, y al final vamos a Century 21, que para mi es el mejor sitio donde encontrar verdaderos chollos. Yo arrasé, me compre dos vestidos (uno de ellos para una boda), vaqueros, una camisa, una camiseta de Roca Wear, y me gasté en total 95 €. No podía creerme los precios. Tonteamos un rato probándonos sombreros de plumas y tonterías y luego salimos de allí. Intentamos ver cómo iba la zona cero, pero la han vallado y ya no se ve nada desde fuera. Regresamos andando a la tienda a recoger la ropa de Joaquín y nos vamos al hotel cargados de bolsas hasta las orejas. Descansamos un rato y nos pusimos guapos para cenar en The View (http://theviewnyc.com/), el restaurante giratorio del Marriott Marquis. Está en la última planta de este hotel, y tiene unas vistas espectaculares de los rascacielos. Conseguimos una mesa junto a la cristalera (las reservan para parejas) y cenamos el buffet, que aunque no es gran cosa, merece la pena solo por las vistas. Nos servimos una tabla de quesos con tostadas de varias clases, ensaladas, verduras salteadas y pollo. Todo estaba bueno, pero lo mejor es el postre tan original, tienes toda clase de galletas, caramelos, gominolas, bizcochos, pasteles… y lo mejor por supuesto es la fuente de chocolate líquido, en la que puedes mojar fresas, nubes, bizcochos. Luego nos tomamos un cocktail, por que no teníamos ganas de irnos todavía. Al final, con bebidas, propina, cena y todo, pagamos 86 €. Al bajar de los ascensores nos encontramos con Marta y Leo haciendo cola para subir. Qué pequeño es Nueva York. Estamos un rato con ellos, al final ellos suben a cenar y nosotros salimos a Times Square. Joaquín se entretiene un buen rato haciendo fotos nocturnas con el trípode. Yo me voy a Shephora. Vamos a coger el metro para volver al hotel, pero por no se qué avería hay retraso y nos toca esperar. En uno de los bancos de la estación, un hombre negro toca la guitarra y canta Oh when the same go marching inn, lo hace con mucha marcha y en seguida se forma un corrillo alrededor de él. Cuando canta My Girl todos hacemos los coros y damos palmas, cada vez hay más gente y la estación comienza a parecer una sala de fiestas. Con Sex Machine, de Tom Jonnes, la gente canta y baila entusiasmada. Menuda fiesta se organiza en un abrir y cerrar de ojos, todo el mundo canta, baila, da palmas, grita y se ríe, en medio de la estación de metro. No nos podíamos creer estar allí, cantando y bailando con los demás. El tren tardó en llegar casi cuarenta minutos, y cuando la gente subió a él, aun reían y aplaudían. Fue increíble. De película.
Sabado 4 de Octubre
Compramos unos donuts y café para llevar y desayunamos por la calle. Justo entre el hotel y el Museo habían puesto un mercadillo de artesanía chulísimo, y nos entretuvimos bastante rato en los puestos de broches, ropa, relojes raros, cuadros, bisutería… Entramos a Central Park y paseamos por el lago. Estaba chispeando pero a pesar de eso el parque estaba lleno de vida, gente paseando, corriendo, haciendo deporte, con los niños... Nos entretuvimos haciendo fotos alrededor del lago, al paisaje y a la gente que pasaba la mañana en el parque. Caminamos hasta Cherry Hill, donde había un festival Noruego donde repartían Baggels con queso y salmón, postales y todo tipo de información sobre el país. Comimos un baggel y nos asomamos a Bethesda Terrace, donde había un campeonato de ajedrez y cientos de personas jugaban en mesas en fila. En Nueva York te espera una sorpresa en cada esquina. Seguimos paseando, subiendo a las grandes rocas que decoran el paisaje del parque, sentándonos de vez en cuando a disfrutar de las vistas. Rodeamos el zoo, pero decidimos no entrar y fuimos a ver The Dairy, que es preciosa por fuera pero dentro es solo una tienda de recuerdos. Junto a esta, en una de las praderas verdes, había una boda, solo unas veinte personas, y nos pareció precioso. Además había salido el sol y el día se estaba poniendo de lo más agradable. Era la hora de comer, así que compramos un par de perritos y unos refrescos y nos tiramos al sol en Sheep Meadows, pretendíamos descansar un poco y luego seguir, pero nos llevamos la sorpresa de que las praderas comenzaron a llenarse de gente, haciendo picnic, jugando al fútbol, a lanzarse el disco, un grupo ensayaba con disfraces una especie de obra de teatro, un grupo grande de padres con niños llenaron unos árboles de globos y organizaron una fiesta con juegos y música. Unas chicas nos vieron hacer fotos y se acercaron a ofrecernos M&M´s y patatas fritas y bromearon un rato con nosotros, charlando y riendo. Estuvimos tan entretenidos que nos tiramos dos horas haciendo fotos y observando a la gente, fué genial. Regresamos al hotel a darnos una duchita, descansar un poco y coger las chaquetas. Luego en metro llegamos hasta la Ferry Terminal, para coger el ferry gratuito a Staten Islan. Disfrutamos de una preciosa puesta de sol, con Manhattan de fondo, junto a la estatua de la libertad, mientras el sol se ponía por última vez en nuestro viaje. Regresamos ya de noche, con toda la ciudad iluminada. Nos reunimos en el hotel con Marta y Leo y caminamos hasta Columbus Circle, donde los chicos nos dan la sorpresa de un paseo en coche de caballos por Central Park. No es que se vea gran cosa, por que el parque está poco iluminado por la noche, pero el recorrido tiene un encanto especial, y el momento es muy romántico. Hacemos un par de transbordos de metro y nos plantamos en la puerta del Jackson Hole (www.jacksonholeburgers.com/), una típica tasca americana poco conocida que tiene las hamburguesas más grandes de NY. Estábamos un poco melancólicos, y el restaurante tiene en cada mesa una maquinita en la que por 10 centavos podías poner canciones. Con una gran sonrisa Joaquín saca un puñado de monedas de 10 que llevaba por casualidad en el bolsillo, así que pusimos todas las canciones que nos recordaban el viaje, como Hotel California de Eagles, Good Vibrations de Beach Boys, Miss American Pie de Don Malean, California Dreamin´ de Mamas and de Papas… Mientras nos comíamos una gigantesca y riquísima hamburguesa con patatas fritas, rememoramos cada uno de los días del viaje que estábamos terminando, y que parecía imposible que acabáramos de vivir. De camino al metro hicimos unas últimas fotos del edificio Chrysler iluminado, y cuando entramos en la estación, por despiste Marta y Leo se meten por un lado de la calle y nosotros por otra, resultando que era una de esas estaciones que no están comunicadas, así que nosotros íbamos en dirección correcta y ellos en dirección contraria. Al darse cuenta del error, ellos salen de la estación, cruzan la calle y entran por nuestro lado, pero la Metrocard dice que nanai, niega la entrada por haber transcurrido menos de no se cuanto tiempo desde el último uso. Se lo decimos al de la taquilla y nos responde que a él qué le contamos. Joaquín discute con el hombre y él sigue en sus trece, que hubieran mirado antes de entrar. Sí, si sabemos que ha sido culpa nuestra, pero si usted fuera tan amable de abrirnos la puerta… nada, nos manda a freír espárragos. Finalmente Joaquín se enfurece, pega cuatro voces y le dice que es el newyorkino más desagradable que ha conocido, lo que debe calarle hondo al hombre, por que nos abre la puerta. De vuelta al hotel, a dormir nuestra última noche.
Domingo 5 de Octubre
Nos despertamos prontito, hacemos maletas, recogemos la habitación y nos vamos a Harlem a dar una vuelta, es día de misas, así que la calle tiene mucho movimiento de fieles súper arreglados. Nos sorprendemos de que muchos nos den los buenos días cuando nos cruzamos con ellos por la calle. Qué pasada. Pasamos junto a la Abyssinian Baptist Church, que tenía una larguísima cola de turistas esperando para entrar, nosotros no teníamos intención así que seguimos el camino. Recorrimos las calles colindantes y nos gustó el aspecto del barrio, puede que por la noche no nos atreviéramos a estar por allí, pero desde luego por la mañana se puede pasear sin problemas. Entramos a un supermercado a echar un vistazo y compramos unas salsas y jarabe de arce, en la caja, un señor muy amable nos indicó dónde podíamos ir a desayunar, y menudo acierto hacerle caso, por que nos mandó a un sitio genial, el Jimbo´s Hamburguer Palace (www.jimboshamburgerplace.com/), justo frente al Harlem Hospital Center. Nos comimos el último desayuno americano gigante, con huevos, beicon, salchichas, tortitas, tostadas… en un ambiente de domingo familiar, de padres con niños y grupos de amigos. Dimos el último paseo por la zona y tomamos el metro hasta Riverside Park, un bonito parque lleno de ardillas (cómo no), deportistas y padres con niños. Recorrimos un buen tramo de parque, por que tiene unas preciosas vistas del Hudson, los barcos y Jersey de fondo. Seguimos caminando tranquilamente por el Upper West Side, y nos encontramos con un mercado tradicional en Ámsterdam Avenue. Vendían fruta, ropa, sombreros, bisutería… nos tomamos dos vasos enormes de limonada y nos compramos algunas cosillas. Solo nos quedaban un par de horas para reunirnos con Marta y Leo e ir al aeropuerto y Joaquín dice que quiere acercarse por última vez a Times Square, así que cogemos el metro y damos un último paseo entre neones y riadas de gente. Nos paran dos chicos y nos piden permiso para hacernos una foto y sacarnos en una de las pantallas gigantes de Times Sq, nosotros encantados, luego nos piden el correo electrónico para avisarnos de cuando podemos verlo por las webcams (efectivamente unas semanas después lo vimos). Nos encontramos de casualidad con el Naked Cowboy, que le habíamos buscado mil veces sin éxito y ahora nos lo cruzamos de casualidad, y me hice una foto con él. Con lagrimitas en los ojos cogemos el metro y nos reunimos en el hotel con Marta y Leo, cogemos las maletas, dejamos el hotel y dudamos si parar un taxi o ir en metro. Vemos que la misma línea de metro que cogemos en el hotel nos lleva hasta el aeropuerto sin hacer ningún trasbordo, así que como tenemos la metrocard, decidimos ir en metro. Gran Error. Nos montamos y vemos felices que se tarda poco en hacer la mitad del trayecto. De pronto nos damos cuenta de que las paradas no coinciden, preguntamos y nos explican que como hay algunas líneas en obras, el trayecto los fines de semana da un rodeo enoooorme. Así que tras una hora de viaje, nos dicen que para el aeropuerto bajemos en la siguiente parada y esperemos el siguiente tren por que como este se desvía, no nos sirve. Así que ya un poco mosqueados nos bajamos y esperamos en el anden. Vemos que hay algunas personas protestando por que el tren tarda mucho en llegar, pero nosotros esperamos. Nada más que cuarenta minutos más tarde por fin llega el metro, nos montamos mosqueadísimos y en cuatro paradas llegamos al aeropuerto. Nos encontramos con otro problema, que para subir al airtrain del JFK, hay que sacar un ticket adicional, que cuesta cinco dólares por persona, y que hay que esperar una cola enorme para sacar. Total, que entre pitos y flautas, desde que salimos del hotel hasta que llegamos a facturar las maletas tardamos dos horas y media. Benditos taxis, y benditos sesenta dólares. Íbamos con mucho retraso, ya deberíamos haber facturado y nos encontramos con la sorpresa de que tienes que hacerte tú mismo el chek in en unos ordenadores de la terminal, a mí me entra un ataque de nervios y no doy pie con bola. Una señorita del aeropuerto me ve y se ofrece a ayudarme, pero se da cuenta de que el problema no es mío, si no de mi pasaporte, que tiene una letra equivocada. Me pongo más nerviosa todavía. Me toca esperar una cola enorme y que me atiendan en una ventanilla, mientras Marta y Leo guardan cola para facturar la maleta. Más cola para control de pasaportes. Cuando conseguimos entrar nos quedaba solo media hora para embarcar. En el camino a la puerta de embarque vemos un Dunkin donuts y se nos antojan así que nos comemos uno. Montamos en el avión, son las 7:40 abrochamos cinturones, reparten mantitas, auriculares… el avión toma pista, apagan las luces de la cabina, yo me acurruco y me dispongo a dormir. Pero el avión no se mueve. Una hora después nos comunican que hay un problemilla técnico con el avión y que volvemos a la terminal, donde esperamos una hora más y nos vuelven a decir que están esperando un técnico que si queremos podemos bajar del avión, que si no queremos nos quedemos dentro. La gente comienza a montar el pollo, y nos bajamos todos. Son las 11 y en la terminal han cerrado todo, no hay ni una simple máquina de café, así que todo el mundo protesta. Delta nos ofrece bebidas y cacahuetes gratuitos, pero estamos todos muertos de hambre, cansados, y muchos de los pasajeros enfadadísimos por que ven que pierden sus vuelos de conexión en Madrid. Un grupito se revoluciona y movilizan a el responsable de Delta, a la embajada española, al consulado… en el consulado les dicen que los retrasos de un avión son lo más normal del mundo y que no metan mucha bulla que los americanos no se andan con tonterías. Indignados siguen reclamando a Delta, quien les dice que a menos que el vuelo se retrase siete horas, no se puede hacer nada. Nosotros estamos agotados y hambrientos, así que nos tiramos a dormir en la moqueta del aeropuerto (casi podíamos ver los ácaros corriendo a nuestro alrededor). Cuando llevábamos esperando seis horas y cuarenta y cinco minutos nos comunican que podemos volver al avión y en diez minutos despegamos. Así que todos los que perdieron sus vuelos de conexión, se quedaron compuestos y sin novio, totalmente injusto. Delta nos pidió disculpas, nos dijo que todo lo hacen por la seguridad de los viajeros, nos deseo un feliz vuelo y nos sirvió una cena buenísima. Así que llegamos a Madrid agotados, con siete horas de retraso, y con una pena tremenda en el corazón, sabiendo que aquel viaje que tanto habíamos soñado hacer, al fin se había acabado. Inmediatamente decidimos que teníamos que hacer planes para volver, pero esos planes han quedado cancelados de momento, por que solo dos meses después, Joaquín y yo hemos descubierto con gran ilusión que vamos a ser papás. Así que este ha sido nuestro último gran viaje de pareja, y ha sido inmejorable.

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